Es la bebida alcohólica más antigua del mundo: el hidromiel. Esta mezcla de miel y agua fermentada, licor de culto de los vikingos, es la que fabrica la emprendedora Sara Zúñiga en su empresa FosfiFuel. Lo hace desde el coworking El Refugio, situado en un pueblo de la Sierra Norte de Madrid, Puebla de la Sierra (73 habitantes). “He invertido más de 1.000 euros en formación, material y pruebas, y estoy en fase de experimentación”. Como ella, no son pocos los que que ofrecen estos espacios de economía colaborativa a unas condiciones irresistibles para atraer población y nuevos negocios.
Y parece que está funcionando. Estas incubadoras rurales suman cada vez más adeptos gracias a su conectividad, instalaciones, asesoramiento, contactos o material de oficina a un coste que oscila entre 20 y 130 euros mensuales. Condiciones que favorecen el nacimiento de un tejido productivo inédito antes de la pandemia y ahora aupado por un sector de la población que busca enfrentar el coronavirus desde espacios abiertos y saludables donde poder teletrabajar o teleemprender en compañía de otros.
“En El Refugio me han apoyado al habilitarme un espacio donde producir hidromiel, me han ayudado con el plan de marketing y con una interesante red de contactos”, señala Zúñiga, que valora “trasladarme a una casa rehabilitada del pueblo”. Un lugar donde tiene su segunda residencia el publicista Miguel Villamizar y desde el que ayuda a su hijo Alejandro con su negocio de apicultura, MadBee. Compraron 30 colmenas y, junto a un apicultor local, han logrado una producción de 800 kilos de miel.
Sigue leyendo la noticia en EL PAÍS.