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POR UNA NUEVA ECONOMÍA POSINDUSTRIAL PARA LOS TERRITORIOS RURALES

Intervención ante la Comisión no permanente del Congreso de los Diputados para la Reconstrucción Económica y Social de España
Grupo de trabajo de Reactivación Económica


JAIME IZQUIERDO
Comisionado para el reto demográfico
Gobierno del Principado de Asturias

Buenos días. Quiero agradecerles la deferencia que han tenido invitándome a intervenir y especialmente a la agrupación de electores Teruel Existe y al diputado Tomás Guitarte que me han propuesto. Confío en que mi intervención les sea de utilidad.

Quisiera empezar con una idea enunciada en 1961 por el filósofo y urbanista norteamericano Lewis Mumford a partir de la cual trataré de esbozar una propuesta a favor de una nueva economía para los territorios rurales. Dice Mumford: “Las aldeas están funcionalmente más próximas a su prototipo neolítico que a las metrópolis que han empezado a absorberlas hacia sus órbitas y a minar su antiguo modo de vida. Tan pronto como permitamos que la aldea desaparezca, este antiguo factor de seguridad se desvanecerá. La humanidad todavía tiene que reconocer este peligro y eludirlo”. Esa advertencia de Mumford sobre el peligro que corre este “antiguo factor de seguridad”, que “la humanidad todavía tiene que reconocer” para eludir su extinción, ha cobrado especial relevancia durante estos meses de pandemia e inseguridad.

Como sabemos, dos de las principales características de la sociedad actual son su vinculación a la ciudad —y en muchos casos a la hiperconcentración urbana—y a la hipermovilidad que se manifiesta en dos escenarios: en el local de cercanías, con cientos de miles de personas moviéndose a la vez en las horas punta de entrada y salida de las ciudades; y el global, con millones de personas y miles de toneladas de materiales cruzando el planeta de punta a punta. Ambas características son también dos de los principales factores de riesgo para la salud del planeta y de las personas.
La COVID-19 ha venido a decirnos que vamos mal y nos lo ha dicho utilizando, paradójicamente, los mismos canales que utiliza la economía moderna: la globalización para convertirse rápidamente en pandemia y las grandes ciudades para llegar a más personas y hacer más daño.

Podríamos decir que con la COVID-19 a la humanidad le ha dado un infarto y por eso parece más que aconsejable cambiar de vida y buscar unos hábitos más razonables.


Centraré mi intervención sobre tres preguntas. Primera, ¿es factible pensar en un sistema de poblamiento territorial para España más equilibrado y en una nueva relación campo – ciudad? Segunda, ¿para producir economía es necesario tal nivel de movilidad o podemos estar un poco más quietos? Y tercera, ¿sin renegar de la globalización, podemos reducir su hegemonía a través de la “localización” productiva inteligente y el desarrollo regional? En estos diez minutos no me dará tiempo a desarrollar con detalle las respuestas pero sí a hilvanar, al menos, los aspectos más relevantes.
Con respecto a la primera pregunta, mi respuesta es sí. Y diré más: no solo es factible sino necesario para avanzar hacia una sociedad y una economía sostenible, más satisfactoria y más equitativa. Para ello necesitamos repensar nuestros modelos de distribución territorial del poblamiento para que sean más equilibrados. A grandes rasgos, el nuestro es un país conformado por ciudades que están dejando de ser funcionales y saludables y por un campo cada vez más despoblado y/o abandonado. Esta conformación territorial es una de las secuelas que nos deja la industrialización, iniciada en España al calor del plan de Estabilización de 1959.


La ciudad no tiene solución en sí misma si no vuelve la vista al campo. No es una cuestión de buscar soluciones estrictamente tecnológicas, ni alternativas de reforma urbanística. Las soluciones para avanzar simultáneamente en la desconcentración urbana, y en la repoblación rural, son culturales, o más exactamente de cambio cultural; y políticas, o más exactamente de cambio de políticas porque con las actuales no estamos progresando hacia el cambio de paradigma. La tecnología, o el urbanismo, son herramientas instrumentales que necesitan contextualizarse y aplicarse con “toma a tierra” esto es, con perspectiva territorial y con la visión de la cultura del territorio.
De la misma manera, el campo no tiene solución en sí mismo si no mira para la ciudad —no para copiar de ella y replicarse, sino para complementarse—, si no se mira a sí mismo para recuperar la identidad perdida y si no vienen nuevos pobladores. Ahora, en términos generales, el campo mira para la industria agroalimentaria intensiva, para la urbanización o para la selva. Por eso necesita repensarse.


Sé que estoy siendo categórico en los planteamientos pero lo hago porque no puedo entrar ahora en la matización. Y es importante la matización porque el acierto vive casi siempre en el matiz. Ser categórico ayuda a abrir el debate, matizar sirve para afinar las soluciones.


Para abordar esta problemática territorial y demográfica deberíamos plantearnos una reflexión de Estado a favor de la desconcentración urbana y la repoblación rural. A nuestro favor tenemos algunos elementos tecnológicos que han jugado un papel extraordinario en el estado de alarma, como el teletrabajo que hace posible la desconcentración. En nuestra contra tenemos algunos conceptos y procedimientos —incluso dogmas— acuñados por el pensamiento urbano-industrial que le vienen fatal al campo y coartan sus opciones de futuro.
En la búsqueda de alternativas deberíamos atrevernos a mirar de forma diferente. Por ejemplo ¿Qué pasaría si la segunda residencia se convirtiese en la primera? La idea no es descabellada pues se dan ahora condiciones para vivir y trabajar desde el entorno rural y utilizar la vivienda en la ciudad como segunda residencia. La opción de una sociedad alternando su vida en los dos “ecosistemas” —el urbano y el rural— fue propuesta ya en los años 80 del pasado siglo por el filósofo Edgar Morin como una aspiración de la sociedad posindustrial que se plantee “la integración de los dos ecosistemas no como alternativa, sino como alternancia”. La novedad introducida por la COVID-19 estriba en que la vivienda principal puede ser la rural y la secundaria la urbana. Y ya de paso, si además de “teletrabajo” hacemos “tierratrabajo”, es decir, atendemos un huerto o somos co-propietarios en un rebaño comunitario o concejil —o al menos nos integramos como consumidores en una cooperativa de agricultura de proximidad— vamos cerrando círculos.


En la formulación de una estrategia estatal a favor de la desconcentración urbana y la repoblación rural deberíamos preguntar a las empresas y a las Administraciones públicas qué tareas pueden desarrollar sus empleados de forma desconcentrada y remota. Y preguntarles a los empleados quiénes estarían dispuestos a cambiar la gran ciudad por el campo o la pequeña ciudad.


Por otra parte, la idea de una política de Estado para la recolonización rural no es original, ni inédita. Llevamos siglos practicándola: desde las repoblaciones medievales, a la expansión colonial americana, pasando por los pueblos de colonización agraria de la dictadura o más anterior, y más elaborada, la estrategia de la Ilustración impulsada por Carlos III y Pablo de Olavide para repoblar Sierra Morena.

De igual manera, necesitamos definir las bases para una economía agroecológica y cosmopolita para los pequeños pueblos. Asunto en el que, por cierto, estamos trabajando desde el Comisionado para el reto demográfico de Asturias en colaboración con la Sociedad de Estudios Vascos Eusko Ikaskuntza.


Entenderán ahora mi interés por la advertencia de Mumford y a favor de la recuperación de la aldea: esa pequeña estructura protourbana que inició hace muchos años el viaje de la humanidad hacia lo urbano, inventó el campo, dio de comer al mundo durante milenios, se forjó sobre una indisoluble relación simbiótica de naturaleza y cultura y fue abandonada, lamentable e inexcusablemente, a partir de la industrialización.
Por eso en el proyecto de Ley 45/2007 para el desarrollo sostenible del medio rural pusimos especial empeño en avanzar en la nueva relación campo-ciudad. En concreto, y sin ánimo de ser exhaustivo, en el artículo 10 que define las tres tipologías de “zonas rurales” —las zonas rurales a revitalizar, las intermedias y las periurbanas—; y en el artículo 16 que introduce el concepto de “agricultura territorial”, que podríamos definir como aquella agricultura local que gestiona territorio, tanto para producir alimentos como para contribuir a la conservación de la biodiversidad y favorece la lucha contra los riesgos ambientales locales y globales.
La normativa tanto agraria como de conservación de la naturaleza, así como la ciencia, han descuidado en las últimas décadas esta idea de la conservación local y cultural de la naturaleza —avanzada ya en 1957 desde la Universidad de Berkeley por Carl Sauer— y han puesto el foco casi exclusivamente en la producción agraria, o en la conservación de las especies silvestres, olvidándose de los humildes y valiosísimos procesos agroecológicos y los inteligentes agroecosistemas campesinos de los aldeanos. Urge incorporar a la política agraria y conservacionista española los principios de la agroecología, la ecología cultural y la historia campesina y ecosocial del país para devolverle al campo la identidad, la cultura, la dignidad y dar paso a un futuro de bienestar.


La segunda pregunta, acerca de si es posible generar economía reduciendo la movilidad, la he contestado en gran parte al responder a la primera. No se trata, por supuesto, de renunciar al placer de viajar sino de dejar de moverse de forma tan desenfrenada como, a veces, estéril. Para los territorios rurales, una economía más slow (lenta) y más near (próxima) es una opción más eficiente, redistributiva, y por ello más equitativa y con futuro que la actual.

Y por último, con respecto a la tercera pregunta, también la he contestado en parte en las anteriores. Avanzar hacia la relocalización de algunas actividades en el medio rural, en un contexto de la tercera generación de políticas de desarrollo regional, es no solo posible sino deseable.

En este sentido, habrá que articular medidas inéditas de diferente alcance y plazo y atreverse a reformar algunas políticas para darles un nuevo aire. Por citar un par de ellas, las agriculturas de proximidad, o de soberanía alimentaria, están llamadas a jugar un papel destacado en el futuro. Tendremos que hacer un esfuerzo para recuperar los sistemas agroalimentarios territorializados, tal como se está haciendo en muchos países del mundo, a través de políticas locales apoyadas por los gobiernos regionales y centrales. De igual manera, la educación en el medio rural no puede desvincularse de las complejas realidades locales. El ideal educativo es aquel que te dota de raíces y alas, de arraigo y querencia por lo local y de capacidades para moverte por cualquier parte del mundo. Una educación basada exclusivamente en las nuevas tecnologías y la perspectiva urbana nos está separando de lo que somos en esencia y por etimología: seres humanos o lo que es lo mismo seres del humus, de la tierra.

Empecé mi intervención con la advertencia de Mumford sobre el valor de la aldea. Y la voy a terminar con lo que dejó escrito en “El arte General de Granjerías” un aldeano reconvertido a fraile, natural de La Riera, en el concejo asturiano de Colunga, que en 1711 —hace más de 300 años— definió lo que ahora llamamos «desarrollo sostenible». Decía fray Toribio de Santo Tomás y Pumarada desde la Sierra del Sueve: “la conservación de una cosa es su continua producción, y se reputa el conservar por lo mismo que producir, y lo mismo es estar conservando una cosa que estarla siempre produciendo”.

Conclusión: leyendo a fray Toribio llega uno al convencimiento de que las reflexiones teóricas actuales sobre la sostenibilidad, la economía circular, la biotecnología, la formación agraria, el reciclaje, el ciclo del carbono, las energías renovables o la conservación de la naturaleza, formaban parte de la práctica cotidiana de la aldea, las conocían empíricamente los campesinos, estaban engarzadas en un elaborado y complejo sistema de pensamiento sistémico y local de trasmisión oral y fueron desmontadas por el pensamiento analítico urbanocéntrico e industrial. De ahí mi interés en compartir con ustedes los aprendizajes del pasado para explorar tentativamente algunas soluciones para el futuro y la reconstrucción social, económica, cultural y territorial del país.


Jaime Izquierdo Vallina

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